24 junio 2007

La ingeniosa hidalga LadyAnn de Las Campanillas

En un lugar de Las Campanillas, de cuyo nombre no quiero acordarme, desde no ha mucho que vivía una hidalga de las de libro en ristre, biblioteca desgarbada, rocín gordo y vacunado y canes corredores.
Un olla más vegetariana que de carnes, cereales y muesli por la noches, duelos y quebrantos precocinados los findes, lentejas los viernes y algún buen trozo de jabugo (qué es totalmente vegetariano) consumían parte de su hacienda naranjil. El resto della algún trapillo firmado de velarte, trajes de pedir hipotecas o ir a la oficina, que si no de velludo si de buena presencia, con sus pantuflos ahuecados para las plantillas orotopédicas, y los días entre semana se honraba con sus vaqueros y sus camisetas frikis. Tenía en su casa a su Santo marido (¡¡Sí!! Esta hidalga está casada) y unos cuantos bichos instalados como ocupas desde el principio de los tiempos. Frisaba la edad de nuestra hidalga en los 143 años, era de complexión estirada y algo flacucha, suave rostro, poco madrugadora y aún menos amiga de la caza (¿Cómo nuestra hidalga iba a ser aficcionada a la caza si rezaba mantras y pedía disculpas a todos los dioses habidos y por haber cada vez que pulverizaba flis-flis para que no se los comieran a ambos los mosquitos?); Mejor cambiamos la caza por el huerto.
Es pues de saber que esta sobredicha hidalga, los ratos que estaba pachuchoociosa (que eran los más del año), se daba a leer libros de ciencia-ficción, con tanta pasión y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de su huerto, las locas aventuras cosméticas en las que se solía enredar y aún la administración de sus naranjos; claro que como las cosechas no se vendían tampoco había mucho que administrar salvo la ruina, y sabido es de todos que la tal ruina necesita de poco aliciente para porsperar.
Y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchos kilos de naranjas para comprar libros de marcianos y naves estelares que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber de ellos, y de todos, ninguno le parecía tan bien como los que compuso Frank Herbert; porque la claridad de su prosa y sus ideas ecológicas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros de las Bene Geserit y los juramentos fremen entre hermanos de agua. Y tb cuando leía " Y llegó el día en el cual Arrakis se encontró en el centro del universo, con todo lo demás girando a su alrededor...No conoceré el miedo. El miedo mata la mente. El miedo es el pequeño mal que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mi y a través de mi. Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allí por donde mi miedo haya pasado ya no quedará nada, sólo estaré yo..."

Con estas razones perdçia la pobre hidalga el juicio, y desvelçabase por desentrañar el sentido metafisico, que no se lo sacara ni lo entendiera el mismisimo Carl Sagan
...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola,

Sólo pasaba a saludar antes de irme este viernes a la madre patria. Andaré un poco descolgada pero cuando vuelva, ya te iré poniendo al día.

Muchos besos y cuidate

Anónimo dijo...

¡¡¡Pásalo requetebien Corasón!! Y cuéntame cuando vuelvas, espero impaciente ;) .
PD: ¿Se nota mucho que he empezado a leer El Quijote ? je je je